Me desconoces
Hace unos días te he visto, ciertamente no fue un encuentro
de los más placenteros –hemos tenido mejores- pero me encantó la forma en que
me has saludado. Disfruté de tu ignorancia, vergüenza y pudor. Al cruzar
la puerta un saludo te he formulado, me has respondido, pero eso no fue lo
importante –curiosamente- sino cómo has errado al hacerlo, ver que tu lengua se
ha detenido abruptamente al verme, al intentar reconocerme, al querer decir mi
nombre y que no salga de ti, sino el enrojecer de tu rostro ha sido hermoso. No
me conoces y eso me hace infinitamente particular. No me has podido nombrar
pues nunca has sabido cómo hacerlo, mi nombre te es un misterio, uno que quizás
no quieras develar, pero que en aquel momento te ha perturbado, de manera tal
que te ha permitido seguir viviendo como si nada hubiese pasado, pues, yo,
quien era la más interesada en distraerte y escucharte, he sido quien ha
provocado ese olvido que no lo es, esa contradicción en tu boca que me ha
sacado un suspiro de alegre burla.
Luego del abrupto lo común siguió su rumbo y nos mostró como
las demás personas nos veían, como lo que seguimos siendo hasta que nos
alejamos, hasta que he vuelto a pensarte, y me encantas. Lo mejor de todo es que
soy solo aquello que ya fue, que no ha marcado huella en tu vida y que, de
seguir así podré hacer surgir de nuevo; mientras me desconozcas, mientras no te
extrañe y no tenga ímpetu por que sepas de mí. Todo esto está en mis manos,
pero soy medio bruto y por eso es que lo entrego al viento, para que se
divierta un rato dando vueltas y regrese a mí exhausto, con ese cansancio que
me permita manejarlo y me deje poner mis manos sobre tus ojos, para que me
permita hacerte ciega y te confundas de nuevo, para que la inocente vergüenza
se deje ver y me permita disfrutarla.
Tamara.-
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